jueves, 27 de marzo de 2014

Suárez ha muerto


Suárez ha muerto. El pasado domingo día 23 de marzo fallecía don Adolfo Suárez González (1932-2014), quien fuera presidente del Gobierno de España desde 1976 hasta 1981. Bien saben que no he escrito mucho que tenga que ver directamente con la política, pero a veces toca hacerlo y creo que lo vamos a hacer algunas veces más, algo siempre arriesgado.

Pasados los tres días de luto oficial quiero publicar una breve reseña sobre mis impresiones al respecto, por si interesan a alguien. En España, y bien que lo sabemos, denostamos al vivo y mitificamos al muerto. Mi primo decía que parece que tiene más importancia la muerte que la vida. Muchos de los que le atacaron con saña, los que no colaboraron como debieron en aquellos momentos importantes para la Nación, tuvieron el cuajo de asistir a sus honras fúnebres (al menos no acudieron al entierro, en su mayoría).



 
Y mucho debe destacarse de la figura de Suárez. No me inclino ideológicamente por sus tendencias, pero deben destacarse cualidades que están más allá del partidismo y que hacen más referencia a las cualidades formales. El principio del deber, de la recta acción, del imperativo categórico, la honradez, política y económica, la capacidad de diálogo, de pacto dentro de lo que es lícito sea pactado, que deberían avergonzar a más de uno que ocupa poltrona en la actualidad o lo hizo en nuestro pasado más reciente. Si no estoy confundido, Suárez tuvo que hipotecar su vivienda para atender extras cuando la grave enfermedad de su esposa, doña Amparo Illana Elórtegui.

Su misión era clara y limitada. Se trató de una reforma desde el sistema franquista hacia una democracia al estilo denominado occidental. No fue un revolucionario, ni ruptura ni revolución. Y no nos engañemos, la gran mayoría del pueblo español no deseaba una revolución, aunque ello dejara fuera a importantes minorías. Muchos recordarían aún aquellas revoluciones bolcheviques (se decía y se sigue diciendo ahora así), anarquistas, rurales, ni atraía especialmente la revolución nacional sindicalista. Yo creo que siempre hace falta una revolución, la de la verdad, la honestidad, el deber.

Suárez hizo lo que anhelaba una mayoría importante de personas, dentro de los límites de lo posible, quizá. Virtud a veces es hacer posible lo necesario. Hoy echamos de menos virtudes de ese calado, la visión de estado, el bien común, el patriotismo… Echamos de menos lo que no hizo, quizá no pudo hacer o era ya ver demasiado el futuro, el mayor control de las cuentas públicas y de la gestión de los políticos, el desarrollo de una educación integral e integradora, la independencia de la justicia (en más de un sentido), la real cultura democrática del gobierno de los más capaces, etc.

Pero hizo lo que su sentido del deber le dictaba, lo que él veía como necesario, lo necesario según su conciencia y leal saber y entender, no por conveniencia personal u oportunismo. Y era un hombre ambicioso, indudablemente, de ambición noble por el poder, como dijo su sucesor don Leopoldo Calvo Sotelo, por servicio a los demás. Con una grave crisis económica, realizó una reforma política, el proceso que pedía la mayoría, sin duda, enderezó las cuentas públicas y redujo la inflación con el inestimable apoyo del gran economista y maestro, don Enrique Fuentes Quintana, el apoyo de Gutiérrez Mellado, y sus leales amigos, especialmente Rodríguez Sahagún, los que le quisieron de verdad, servidores públicos más allá de nuestras diferencias políticas. Y eso es de agradecer. Descanse ahora, paz a sus huesos. Ahora le colmarán de honores y reconocimientos. Antes, puñetas, antes. Bienvenidos sean no obstante.

Y termino reconociendo la labor de un amigo, Andrés Navarro, quien fuera amigo y escolta de Suárez, lo que consideró siempre su deber. Señor Presidente: Presente. Y gracias a todos los nobles servidores de esta Nación que sigue siendo España.
 

martes, 18 de marzo de 2014

Una de las mil razones para estar indignados


Creo recordar que este es el primer artículo de estas páginas que no es de mi autoría. Está escrito por don Vicente Navarro López, barcelonés profesor de la Universidad Pompeu Fabra y Johns Hopkins. Vicenc Navarro se licenció en Medicina y Cirugía en Barcelona en 1962 y después estudió Economía Política en Suecia y Políticas Públicas y Sociales en el Reino Unido, doctorándose en Estados Unidos en 1967. No comparto todas sus opiniones “ideológicas” pero comparto lo que aquí dice y creo que no anda descaminado. Este artículo apareció en El Plural el 13 de enero de 2014.


Este artículo denuncia el comportamiento de la banca y de los gobiernos e instituciones que controla, responsables de la falta de crédito existente hoy en España.

Si usted, lector, no está indignado es que no sabe qué está pasando en su país. Seguro que es consciente de que la situación económica y social del país no está yendo bien. En realidad, está yendo muy mal. El desempleo ha alcanzado niveles récord en la Unión Europea y en España. Y las agencias internacionales más fiables dicen que la economía española no alcanzará los niveles de desempleo que tenía antes de que se iniciara la crisis hasta veinte años (sí, ha leído bien, veinte años a partir de ahora).

Y puesto que el desempleo juvenil es el doble del general, estos pronósticos quieren decir que estamos quemando nuestro futuro, pues muchas generaciones jóvenes estarán en una situación desesperada, habiendo sido convertidas en inservibles. Esta situación de los jóvenes está también afectando negativamente al futuro de la Seguridad Social, contradiciendo, por cierto, el famoso argumento de que el problema de las pensiones es que hay demasiados ancianos y muy pocos jóvenes. La falacia de este argumento queda claramente al descubierto en la crisis actual. El problema de las pensiones no es que no haya jóvenes sino que no hay trabajo para ellos. Este es el problema que el famoso argumento catastrofista basado en la transición demográfica oculta.

Esta crisis ha sido consecuencia de unas políticas públicas llevadas a cabo por gobiernos bajo el mandato de instituciones altamente influenciadas por la banca, tales como el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Se lo digo yo, que soy Catedrático de Políticas Públicas y he visto muchos casos antes, en otros continentes, que experimentaron crisis muy semejantes. En realidad, a finales del siglo XX, Latinoamérica sufrió una situación muy parecida.

Estos bancos que tienen una enorme influencia política (muy, pero que muy marcada en España, donde el gobierno Rajoy es un mero instrumento de la banca), están forzando e imponiendo políticas que son la causa de la crisis. Cito solo un detalle. El gobierno Rajoy está recortando y desmantelando el Estado del Bienestar de España (lo mismo ocurre en Catalunya con el gobierno de Artur Mas), recortando y recortando gasto y empleo público a fin de reducir el déficit y la deuda pública. Estos recortes están contribuyendo a destruir empleo y bajar la demanda que debería estimular la economía.

Ahora bien, a pesar de los recortes, la deuda pública española continúa subiendo y subiendo, ascendiendo ya a 664.000 millones de euros (lo cual es mucho dinero). Usted y yo pagamos los intereses de esta deuda, que representa ya el segundo capítulo del presupuesto del Estado después de la Seguridad Social. Este dinero suyo y mío va a los bancos que han comprado esta deuda. Hoy los bancos españoles tienen casi la mitad de esta deuda, 299.000 millones. La pregunta que debe hacerse es: ¿Y de dónde saca el banco el dinero para comprar la deuda? Pues, mire usted, por mucho que le sorprenda, procede de préstamos públicos. Cada año los bancos españoles piden prestado dinero al Banco Central Europeo, BCE, una institución pública (que no funciona en realidad como un banco central, sino como un lobby de la banca), a unos intereses bajísimos, menos del 1%. El BCE se lo presta para que los bancos se lo presten a usted y a mí, y a las pequeñas y medianas empresas, y así se resuelva el enorme problema de falta de crédito que ha paralizado la economía. No sé si usted ha intentado conseguir un préstamo de la banca. Si lo intenta, verá que no es fácil. ¿Y, por qué no es fácil, si reciben tanto dinero del BCE?

La respuesta no es difícil de ver. Los bancos ganan mucho más dinero comprando deuda pública a unos intereses muy altos (que el discurso oficial indica que el Estado necesita ofrecer para que los Estados puedan conseguir prestado dinero de los bancos), de un 4%, 6%, o incluso 13%. Imagínese el chollo que significa que reciban dinero a menos del 1% y con ello compren bonos que les generan una cantidad de dinero muchas veces mayor que la que pidieron prestada del BCE. ¿Se da cuenta? Y, sepa usted, que los banqueros en España están entre los mejor pagados de la Unión Europea. Y los bancos más importantes de España han estado entre las empresas con mayores beneficios. Si después de leer todo esto no se ha indignado, es que no me he explicado bien.

Pero si me ha entendido bien, entonces prepárese para incrementar su nivel de indignación, pues todo esto es totalmente innecesario. Todo este enorme sufrimiento, incluido el elevado desempleo, es totalmente evitable. Es, repito, innecesario y dañino y existe única y exclusivamente para el beneficio primordialmente de la banca. La solución a esta situación es extremadamente fácil. El BCE debería prestar el mismo dinero, no a la banca privada, sino a los Estados, y dejar que estos lo ofreciesen a usted, a mí y a las pequeñas y medianas empresas, al mismo tipo de interés que el Estado lo recibe del BCE. Mire que fácil.

Y usted preguntará ¿Y por qué no se hace así? Pues porque la banca tiene un enorme poder sobre el BCE, sobre las instituciones que gobiernan la Eurozona, sobre el gobierno español y, no lo olvide, sobre los medios de información y persuasión. Y un ejemplo de ello es que este artículo que ha estado leyendo no se publicará en ninguno de los cinco rotativos más importantes del país. De ahí que le sugiera que lo distribuya ampliamente entre amigos y familiares, porque la escasísima democracia que tenemos tiene que cambiarse y ello empezará por tener una ciudadanía informada, que es lo que no tenemos.