viernes, 6 de junio de 2008

Entrevista a don Antonio López Ruiz (realizada el 9 de mayo)


Don Antonio López Ruiz es catedrático de francés de Institutos y de Escuelas Universitarias, ya jubilado; Es cierto que ya está muy mayor. Ha sufrido una caída al salir de su casa, un día de lluvia –para una vez que llueve en Almería–. Le he llamado y hemos quedado para este viernes. Han tenido que operarle la cadera y colocarle una prótesis. Por suerte le atendió un cirujano libanés de cierto renombre, que tras ver las radiografías decidió: hay que operar. Donde manda doctor…

Y va don Antonio y le cuenta este chiste al galeno antes que le “duerman”: Es un paciente que está siendo anestesiado. Lo último que ve es la bata blanca del cirujano. Cuando despierta, pregunta: doctor, ¿ha salido todo bien? ¿Qué dices de doctor?… Yo soy San Pedro.

Decir que lo encontré lúcido es decir poco. Este hombre nació en 1924. No hay en él sólo inteligencia. Es una combinación inexplicable de sensibilidad, humildad, preocupación por su salud pero sin excesos (además del accidente sufre anemia) y sobre todo capacidad de concentración, capacidad de estar plenamente en sí, atento a un punto o centro: tuvimos una entrevista que duró tres horas y cuarto y no perdió el hilo.

Don Antonio no parece querer hablar de sí: “Yo sólo soy un campesino adulterado por el estudio”. Y en Jabalí Nuevo primero, y en Alcantarilla después (provincia de Murcia) su padre José ejerce como maestro (tiene tantos alumnos que tiene que serrar unos tablones para hacerles unos bancos rudimentarios) orgulloso de formarlos correctamente. Crecen allí cuatro hermanos al cuidado de su madre doña Teresa. Aprende a segar, a manejar su hoz en su lucha, a hacer el vino, a recoger la almendra. Se hace amigo de los animales, con los que llega a “un pacto de no agresión”. Lo que no le gustan son las arañas negras. Camina con frecuencia por la Sierra de la Pila, a unos 8 o 10 kilómetros de Fortuna, hasta un lugar entonces de abundantes pinos. Cree perderse pero siempre encuentra el camino de vuelta.

Durante la Guerra Civil lo pasaron bastante mal. La posguerra fue un alivio en comparación. En estos años fuí pastor de cabras a jornal, en Jabalí Nuevo y en Fortuna. Pero lo peor es pasar miedo.. También se pasa hambre y tiene que comer hierbas: linzones y collejas. También se aficionaría a las plantas y gusta de conocerlas. Cuando en febrero de 1937 Málaga cae en manos nacionales, la multitud aterrorizada que huye por la carretera de la costa hasta Almería, llega incluso a Murcia. Allí ocurren sucesos parecidos a los de Almería, bien movidos por el hambre, bien por los deseos de “venganza” por lo sucedido. Entre los huidos hay milicianos armados.

Se trasladó a Granada en 1952. En Granada decían de él “recomendado a don Antonio, suspenso seguro”. No era para tanto. Había cursado su licenciatura en la Universidad de Murcia. y el doctorado en la Universidad de Granada. En 1948 le publican el primer trabajo en Murcia, pues había obtenido un premio dos años antes, cuando aún estaba en cuarto: “Don Diego Clemencín”, Ensayo Bío-Bibliográfico, escrito junto con Eusebio Aranda Muñoz. Daría clases en Granada donde adquiriría esa fama de no aceptar recomendaciones. Aunque dice que tuvo que aprobar a dos a pesar de la recomendación, aunque les costó más porque don Antonio no comprende que se le recomienden sin necesidad.
En 1950 viene a Almería. Imparte clases de Psicología, Ética, Teoría del conocimiento y Ontología en el Colegio de las Jesuitinas durante dos años y un curso en el Colegio de La Salle (me informa de paso de que la correcta pronunciación en francés “/La Sal/”, por Jean Baptiste La Salle).

Milicia Universitaria:
Como estudiante en Murcia le tocó hacer el Servicio Militar en la Milicia Universitaria, dos cursos en Montejaque y las prácticas de alférez en Huelva. Allí tendría que dar su primera “conferencia”. El Comandante Fajardo solicitó sucesivamente que salieran aquellos que supieran escribir a máquina, dibujar o que conociesen el alfabeto Morse. En contra del dicho de que “en comunidad no muestres tu habilidad”, se ofreció voluntario (había aprendido el lenguaje Morse para entretenerse). Acabaría como sargento del batallón en 2º curso; fue número 1 de su promoción en Infantería, con el grado de Alférez de Complemento de Infantería. Recibiría del Teniente General Rada la Cruz al Mérito Militar de Primera clase con distintivo blanco. Se dio la anécdota de que sólo disponían de una Cruz, por lo que tuvo que cederla durante la ceremonia para la entrega a los representantes de los otros dos Cuerpos.

Marchó a Huelva de prácticas, Allí conoció al Comandante Pinzón (descendiente de los hermanos Pinzón, armadores del Descubrimiento). Nada más llegar le dice que tiene que dar una conferencia en dos días y que tiene que dar el título aquella noche (el que tiene estudios…). El tema que propone es “Límites entre la obediencia y el espíritu de iniciativa en los mandos intermedios en la guerra moderna”.

Decía el general japonés Nogi: “la victoria es del que aguanta el ultimo cuarto de hora”. Centró su exposición en tres aspectos de la obediencia:

1) La obediencia a las órdenes recibidas: se fundamenta en un mayor conocimiento del mando sobre la situación, al disponer de distintas fuentes de información.

2) Obediencia antes de recibir la orden: si se avista al enemigo que se aproxima, primero disponer la defensa del punto, después avisar, no salir apresuradamente.

3) Obediencia contra las órdenes recibidas. Stefan Zweig, en “Momentos estelares de la Historia”, cuenta el caso del Mariscal Grouchy en Waterloo: había recibido la orden de dirigirse a un punto para atacar al enemigo que presuntamente estaba allí. Oyó ruido de cañones en otra dirección y contra el parecer de sus subordinados, continuó la marcha pues así obedecía ciegamente las órdenes. Lógicamente no encontró al enemigo que combatía en el otro lugar contra sus compañeros y Napoleón perdió la batalla y la Historia se escribió de otro modo.

Había pasado la prueba ante tan escabroso tema. –el Coronel Bardaxi le ofreció pasaporte para pasar una semana en Murcia, pero prefirió ir a Madrid: primero la oposiciones a cátedra. Ganó la oposición y en 1950 partió para Almería como catedrático de francés, primero en la Escuela de Comercio, luego de Empresariales. Con cuatro hijos sus ingresos resultaban insuficientes, por lo que se presentó en Madrid a oposiciones a Instituto. Daría clases hasta 1971 en que tuvo que dejarlo por imperativo legal (no podía ocupar dos puestos con cargo al Estado).

Después leemos algunos trabajos de don Antonio, un cuento, algunos sonetos (se empeñó en escribir sonetos porque había dicho su profesor de Literatura que un buen soneto es el poema más difícil de conseguir), como el escrito por una manifestación contra ETA, un poema en homenaje a un poeta muerto (y algunos sonetos dedicados a “la Pepa”, su esposa desde 1953 hasta su muerte en 1990. “¡Pensar… que pude, sin amor, no haber nacido;/ que no te hubiera entonces conocido,/ que no pudiera amarte, ni supiera/ lo que es amor, que allí quedara fuera/ del ámbito del tiempo redimido…!”.

Tras estos minutos con Pepita nos despedimos y quedamos para otro día.

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