Hace pocos días tuvimos la oportunidad de conocer a compañeros de Nueva Acrópolis en Israel, e incluso pude reencontrarme con alguno al que ya había conocido año y medio antes en un viaje que realicé allá por el Mediterráneo oriental. Impresionante nuestro encuentro con su director, Pierre Poulenc, quien tuvo a bien hablarnos sobre las actividades en dicho país o sobre la situación en la zona.
Nueva Acrópolis existe en Israel desde hace unos 22 años, siendo sus socios bastante jóvenes. Sin embargo me dieron la impresión de ser muy maduros pese a sus pocos años. Cordiales y cercanos, bondadosos, sin la dureza que cabría esperarse de lo que es su vida cotidiana: un estado de guerra casi permanente, sin saber donde y cuando caerá el siguiente cohete, en un estado de alerta permanente que contrasta con cierta ataraxia con la que se vive en Europa, casi a duermevela. Allí todos los ciudadanos realizan un servicio militar de 2 a 3 años (según sean mujeres u hombres), con breves servicios temporales cada año, hasta llegar a la edad de 45.
Han realizado repartos de ayuda a los palestinos, que reciben de buen grado (la gente normal suele estar más pendiente de sus necesidades que de la geopolítica y la geoestrategia). Han tratado de acercar sus actividades a los árabes, sus clases de filosofía por ejemplo, y se han encontrado con que fanáticos de su aldea habían amenazado de muerte a los que se les ocurriera acudir. El fanático no solo piensa que su forma de vivir es la mejor: trata además de imponerla a los demás.
Los odios son muy fuertes. Nos contaba Pierre que hará dos o tres años se organizó un concurso de actuaciones teatrales entre colegios palestinos, organizado por Al-Fatah (los moderados y más diplomáticos). El grupo ganador fue uno con niños de 5 o 6 años que enseñaba a matar judíos y aparecían con trajes caquis, ametralladoras de plástico y las manos ensangrentadas. Por otra parte puede encontrase el mismo fanatismo, con grupos religiosos judíos ultra ortodoxos, encerrados sobre sí mismos, que viven en barrios cerrados, controlando la educación pública que reciben los niños hebreos en dichas comunidades. Cuando desde fuera nos preguntamos, ¿por qué no se sientan junto a una mesa para hablar?, la respuesta es fácil pero tan tremenda que refleja la realidad para demasiados grupos de personas: uno no se sienta junto a otro al que no considera una persona. Son una minoría, pero como pasa en tantas ocasiones, el problema lo remata una inmensa mayoría de judíos y de musulmanes, y de quien quisiéramos hablar, que viven el día a día cotidiano absortos en su pequeña vida personal, indiferentes a lo que ocurra a su alrededor, dejando hacer a los malos a sus anchas.
Desde fuera se imaginan soluciones como separarlos en dos estados, que seguirían luchando, o perpetuar una situación de guerra indefinida, separados por muros, barios diferenciados, etc. Es muy difícil imaginar un sólo estado que integre y una como un solo pueblo a ambas comunidades. La respuesta tiene que partir del filósofo, del individuo consciente, que a pesar de las circunstancias externas sabe y puede mantenerse en el centro, ajeno su yo interior a cuanta distracción le ofrece un mundo enfermo, muy enfermo, podrido de odio y podrido de ignorancia, de miedo y fanatismo.
En el camino hacia un Mundo Nuevo y Mejor, comencemos por la educación de los jóvenes y por un real contacto entre los seres humanos. Parece difícil, parece imposible, pero lo que es necesario debe ser posible.
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